sinsentido

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sábado, 4 de octubre de 2014

Un mal día

El jueves pasado tuve un mal día.

Durante la noche debió haber un apagón, porque cuando me despertó un pinchazo de luz entrando a través de la rendija rota de la persiana el despertador parpadeaba un número sin sentido: tres-cero-seis.

No tenía tiempo para desayunar. Me duché y vestí a toda prisa, dejando por todo el suelo del piso las pruebas de mi precipitación. Corrí para coger el autobús solo para recordar, cuando llevaba diez minutos esperando, la huelga con la que los trabajadores protestaban contra la reducción de su plantilla. Volví a casa para buscar el coche, y acerté al pensar que me encontraría con un atasco. Fue lo único en lo que no me equivoque en todo el día.

Llegué al trabajo tarde, muy tarde, y no conseguí convencer a mi jefe de que no era culpa mía, de que eso podía pasarle a cualquiera alguna vez... Por supuesto que compensaría el tiempo que había perdido, incluída la media hora de sermón que estaba recibiendo...

Era ya más de media mañana cuando pude parar cinco minutos para acercarme a la máquina del pasillo. Un café solo y uno de esos pastelitos de bollería industrial que tu médico siempre te recomienda evitar iban a ser lo primero que me llevara a la boca aquel día, cuando llegó Pérez.

Todos ustedes conocen algún Pérez, seguro. La opinión que cada Pérez tiene de sí mismo como el gracioso de la oficina suele ser bastante distinta de la idea de él que tenemos los demás. La primera embestida fue la palmada en la espalda, a pesar de la cual pude salvar el vaso del café. Luego vino la charla insustancial; creo recordar que el día anterior había fútbol, y Pérez se empeñó en escenificarme los goles de su equipo. Casi pensaba que había salvado bien la situación cuando llegó el codazo que utilizó para llamarme la atención sobre el escote de la única secretaria joven de la planta.

¿Lo entienden, verdad? Pueden ponerse ustedes en mi lugar: cansado, estresado y frustrado. Cabreado con Pérez y maldiciendo al escote. No podía evitar mirar la mancha de café de mi camisa, que hacía un mal juego con los cercos de sudor que había dejado mi carrera matinal hacia el autobús.

¿Verdad que lo entienden? ¡No podía concentrarme! ¡Fue solo un accidente...! ¡No me pueden echar la culpa de apretar el botón que lanzó el primer misil!

Bueno, eso es todo. Estas son mis razones para pedirle a su empresa que volvamos al miércoles pasado. ¡Por favor...!

Compañía de Máquinas del Tiempo. Formulario de solicitud.